lunes, 20 de abril de 2015

Nunca pensé que en la felicidad hubiera tanta tristeza


El mundo te romperá el corazón de todas las formas imaginables. Eso está garantizado y yo no puedo explicarlo, como tampoco la locura que llevo dentro ni la locura que llevan los demás. La vida nunca es justa pero debes afrontar los golpes y seguir adelante. Y cuando tengas el corazón roto tendrás que volver a construirlo y, no solo eso, tendrás que volver a confiar y esta es la parte más difícil. A pesar de todo esto, aunque la vida rompa todas tus ilusiones debes seguir soñando, ¿sabes por qué? Porque si no te ilusionas, porque si no sueñas, porque si no amas ¿qué clase de vida estarás viviendo? ¿para qué quieres una vida si no la estás aprovechando? No se puede vivir con miedo toda la vida. La vida es así: te caes, te levantas y te vuelves a caer. Pero, si ni siquiera te mueves por temor a caerte, en realidad, ya te has hundido.
 El lado bueno de las cosas
Me he cruzado con gente por la vida que no ha sabido construir con las piedras que se encontraba en su camino. Por el contrario, se tropezaban o las cargaban sobre su espalda. Yo también lo he hecho.
En realidad, como dijo Benedetti, nunca pensé que en la felicidad hubiera tanta tristeza. Más bien creí que era al contrario, que la felicidad era un camino de rosas sin espinas y no de piedras o de caminos imposibles.
Pero me equivoqué, y eso solo lo empiezas a comprender cuando estás preparado para ser feliz. La felicidad implica sufrir, es una condición extraña porque solo el fuerte la resiste.
¿Qué irónico, verdad? La verdad es que no resulta tan raro pensar que la felicidad implica la plenitud, que es un equilibrio emocional que también necesita de la tristeza y de los obstáculos.
 Por eso es que hoy estoy convencida de que necesito de la tristeza y del dolor para hacer todo lo que me proponga. Es un pecado no aprovechar el esfuerzo que implica recomponerse tras una caída.
No os voy a engañar, no siempre me he levantado tras mis caídas y creo que es lo más natural del mundo. Es precisamente de la derrota de lo que más he aprendido, porque verse envuelto en las tinieblas me ha hecho darme cuenta de que verdaderamente vale la pena levantarse aunque la tormenta nos haya devastado.
Al fin y al cabo, no se puede ver el arcoíris sin un poco de lluvia. Creo que el hecho de haberme dado cuenta de esto me hace ser una persona afortunada y desde luego que la vida me ha tratado con consideración dándome lecciones.
O sea, he llegado a la conclusión de que en nuestro camino tanto lo bueno como lo malo van de la mano. Y eso no es en absoluto negativo, sino necesario.
De hecho, las cosas más maravillosas del mundo se envuelven de esa crudeza: tras la vida llega la muerte y con ella una despedida, el amor se protege de locura pero incluso el desamor puede ganar la batalla y los momentos más maravillosos también se acaban.
Es precisamente esto lo que lo hace especial. Tenemos que estar atentos a las señales para poder ver cuando la vida nos brinda nuestro momento. Y, que si creemos que debemos de ver o de hacer algo, sintamos la necesidad de seguir buscando la mejor manera de hacerlo.
Nunca dejes de hacer algo por miedo a perder, recuerda que en la felicidad también hay tristeza y que no es que sea un precio que nos toque pagar, sino que es algo que tenemos que compensar.
Si nos caemos, que sea porque estamos caminando por nuevos senderos.

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